lunes, 24 de junio de 2013

De apreciaciones, tensiones y añoranzas centrípetas.

* Este delirio continua de un rincón remoto que suelo visitar, cuando me da por mirar hacia atrás, sobre mi hombro derecho, un lugar donde rebota el rojo resplandor de un lejano arreglo celeste cual belleza tuve el privilegio de ver alguna vez. *
[...æ]
Lo que en algún momento llegó a ser uno de esos temores que me inventé cuando los comunes se manifestaron ausentes y me vi en la artificial necesidad de rellenar ese hueco en mi subconsciente, ahora se vuelve cada día más, una dulce aceptación a mi naturaleza nómada como característica inevitable -entre otras- de mi condición de explicación prohibida.
Sin apegos demasiado significativos
mi hogar siempre fue portátil,
ahora simplemente más ligero y compacto.

Con satisfacción decidí que una vez concluidos algunos asuntos, me iré un tiempo a la playa a materializar una experiencia con la que he soñado de día y que no me puedo secar de las palmas ni deseo sacudir de los pies; aprenderé a surfear, cueste lo que cueste. Tal vez con un poco menos de mérito ahora que la vida me ha comprobado indestructible por sexta ocasión.

Y sin embargo, presiento que moriré aunque inevitablemente vuelva a nacer en el acto, sostenido por el mar, cubierto por el sol, en contra de la presunta indiferencia estelar... Igual que lo he hecho antes.
Igual que aquel lepidóptero
que solo necesitaba una caricia cálida
que brindara un suspiro eléctrico
y lo encontró sostenido sobre mi izquierda
cubierto por mi derecha, en contra de la presunta
inercia universal hacia el abismo, despertó.
Es increíble lo que una diminuta
donación de voluntad produce.
Alimento espiritual que resulta
en vitalidad definitiva.
Tan trascendental como la noche
que fui expuesto a la luz
de esa distante supernova
que se replicó iterativa en mi consciencia.

Recuerdo también, un momento en el que sentí ese mismo tipo de energía, proveniente de un animal inusual en su especie, intercambié un vistazo de esa cálida voluntad desnuda un instante en mi semblante y fue a rebotar en el rostro de una muchacha cautivadora quien pareció intuir mi identidad a pesar de que enseguida me ocultara tras fraudulentas aseveraciones de incredulidad.

Su presencia se me reveló como fulgurosa
y plácida luz atraída un instante
al aparente agujero negro de mi cosmos.

Asustada -tal vez- por la gravedad pulida de mis pupilas y la ausencia de fricción, esa constelación roja y audaz evadió el aterrizaje en mi retina, utilizó el reflejo del cristalino para mirar hacia atrás y se columpió en el campo de mi iris para impulsar su salida…

¿Y cómo no temerme? ¿Cómo alguien habría de saber que la energía no muere en la puerta de entrada? aunque sin duda se pierda unos momentos antes de reencontrarse en mi presencia. ¿Cómo adivinar? Que una vez adentro, nada escapa porque elige quedarse, pero que podría si quisiera… tele-transportarse.
He aquí un nuevo tipo de ser celeste en formación,
vibrando en incontables frecuencias,
abundante de energía, y aun así,
percibido inevitablemente como abismo
por toda la creación actual.
Qué tanto puede importar la percepción ajena
si el universo valida toda mi existencia.
Como valida la de mil maravillas más que conocer o visitar. Contenidas aquí, orbitando cerca, flotando lejos, oscilando muy lejos y más allá del área visible de sí mismo. Aun así, entre todos los pensamientos que materializo, las ideas que malabareo y entre todos esos recuerdos que visito antes de que se degraden a fragmentos desarticulados.

En los momentos que me quedo absorto
contemplando la danza del oscuro fuego
de mis párpados cerrados…
…De vez en cuando, me sigue acosando
el deseo de volver a verle
y sentir su fuerza, su atracción.

Ese par de estrellas gemelas, enanas blancas que por su brillo azul y rojo resplandor, casi te pueden engañar a creer que están muertas, que su corteza se ha congelado y le rodea árida roca pulverizada. Los ocasionales cometas que atraviesan cercanos a su órbita parecen estar conformes manteniendo cierta distancia.

Pero para mí, su atracción resulta ser más fuerte que su involuntario engaño, deseo su colisión, y -tal vez por mi ventaja inherente- no he caído en la ilusión de su muerte, siento su núcleo, es líquido y cálido.
Su voluntad vive en una dimensión
fuera del alcance de una apreciación superficial,
acumulando algo que no consigo señalar.
Y debo admitir que quisiera estar cerca de ella,
el día que haga supernova, para causar doble efecto
y fundirme en la doble densidad de su materia.
Robarle todo y regalarlo a la vez…
resurrección en supernovæ.